lunes, 9 de noviembre de 2009

El Ángel de Passau

Al lado izquierdo de la catedral de Passau, hay una escultura que me representa. No fue hecha en mi tiempo, no fue pensada ni por un momento en mí o en mi eventual existencia. Fue una de esas definitivas circunstancias que el destino arrastra en su camino de aguacero. Y simplemente me define. No es físicamente semejante; pero concentra en un símbolo lo que he sido, soy y seré.

La cabeza de la escultura no es altiva; está más bien recogida, aunque la mirada penetre con una celestial violencia; es un ángel de vieja usanza, pero en su gestualidad se oculta un rencor voluminoso, como la de un niño que mira por la ventana cómo su mundo se cae a pedazos. Es probable que ese ángel esconda un niño herido en su cuerpo de proporciones áureas y que su figura descarnadamente católica sea la esencial afrenta del escultor ante un trabajo obligado. Puede que se trate de un pesar apenas pronunciable el que motivó la realización de la escultura.

No importa qué sea. En la infinita red de sucesos en la que todos están anticipados, las motivaciones son indiferentes. Lo que realmente cuenta es la lectura correcta, en el momento correcto. Hay un cuento de Borges, en el que el narrador presume que la realidad siempre está tratando de decirnos algo. No siempre logramos ver ese mensaje.

Jeder Engel ist schreklich, escribió Rilke. ¡Terrible es todo ángel! Y ninguno es tan especial para mí como éste, que recordando la muerte de los soldados en la primera guerra mundial, me simboliza minuciosamente, me desnuda y me hace lenguaje. Incluso el polvo o la nieve que le cubren son retazos de mi dimensión espiritual.

¿Quién lo mira ahora? Porque es a mí a quien mira, soy yo el que se delata día a día sin opción de ocultar la cara.

viernes, 30 de octubre de 2009

Amor o Amok

Muy en el fondo, como una araña que arrastra sus pelos por un volumen envolvente, oleaginoso, se mueve en mí una inminencia formidable. Me angustia no saber qué es, y me angustia la incertidumbre a la que me arroja como un Goliat. Acaso me pueda definir como un David derrotado, como un David finalmente consumido por el miedo, incapaz de ondear una piedra o de salir al lance del enemigo.

El enemigo está ahí, en ese fondo que me pertenece: el enemigo soy yo. Por supuesto, maldecirlo es inútil, porque es maldecirme a mí mismo. En silencio, temeroso aún más de los resultados, me recojo en el silencio; en él combato lo que soy y no soy. En él me aniquilo. Al final, descubro que una pulsión me destapa los ojos y la boca. Y ya no puedo controlarme. Ese fondo que soy yo y que es mi enemigo se confunde conmigo, con lo que yo creo de mí. Juntos me devoran, se devoran, se funden en una confusión de recelos y furias. Jalonean con sus fauces las carnes, que son de sí mismos. AMOK!! Grito entonces, y la histeria colateral me anima.

La gente va cayendo, gritando. Hay un pánico mayor al mío: quizá no tan pausado ni grave. Éste es más agudo, más torrencial. Pobres, los compadezco. Pero nada va a quitarme el placer de ir hasta el fondo con mi enemigo y conmigo mismo. Es un ritual de acabamiento. Debe ser cometido hasta el final.

En el camino aparece una figura conocida. Al acercarme la reconozco. Ella me mira con una suavidad pálida.

-Arúspice, me dice Martina, te cambio tu espantoso dolor por mis virtudes.

Martina, aléjate. No actúa mi amor ahora. Es el amok. Y tu sangre no está contaminada. Es más apetecible que ninguna.

-Tómala, he venido hasta aquí para que se riegue en tu cuerpo, y te purifiques. Nada en el mundo me sería más grato.

-¡No me prives de tu voz!

-No eres más que silencio Arúspice. Mi voz hace tiempo que ya no escuchas. Por eso quiero volver a tus entrañas. Lee tu vida en las mías!!! Arúspice, amor.

***
Luego de leer en sus vísceras el tiempo y el espacio, bebí toda la sangre que pude. La bebí hasta que mi estómago empezó a abrasarse y retorcerse como un gusano al sol. Pero en la intensidad del dolor había paz. Un sentimiento desconocido y enorme se desbordaba desde mi interior. Era una embriaguez dulzona. Enamorado, me levanté.