El enemigo está ahí, en ese fondo que me pertenece: el enemigo soy yo. Por supuesto, maldecirlo es inútil, porque es maldecirme a mí mismo. En silencio, temeroso aún más de los resultados, me recojo en el silencio; en él combato lo que soy y no soy. En él me aniquilo. Al final, descubro que una pulsión me destapa los ojos y la boca. Y ya no puedo controlarme. Ese fondo que soy yo y que es mi enemigo se confunde conmigo, con lo que yo creo de mí. Juntos me devoran, se devoran, se funden en una confusión de recelos y furias. Jalonean con sus fauces las carnes, que son de sí mismos. AMOK!! Grito entonces, y la histeria colateral me anima.
La gente va cayendo, gritando. Hay un pánico mayor al mío: quizá no tan pausado ni grave. Éste es más agudo, más torrencial. Pobres, los compadezco. Pero nada va a quitarme el placer de ir hasta el fondo con mi enemigo y conmigo mismo. Es un ritual de acabamiento. Debe ser cometido hasta el final.
En el camino aparece una figura conocida. Al acercarme la reconozco. Ella me mira con una suavidad pálida.
-Arúspice, me dice Martina, te cambio tu espantoso dolor por mis virtudes.
Martina, aléjate. No actúa mi amor ahora. Es el amok. Y tu sangre no está contaminada. Es más apetecible que ninguna.
-Tómala, he venido hasta aquí para que se riegue en tu cuerpo, y te purifiques. Nada en el mundo me sería más grato.
-¡No me prives de tu voz!
-No eres más que silencio Arúspice. Mi voz hace tiempo que ya no escuchas. Por eso quiero volver a tus entrañas. Lee tu vida en las mías!!! Arúspice, amor.
***
Luego de leer en sus vísceras el tiempo y el espacio, bebí toda la sangre que pude. La bebí hasta que mi estómago empezó a abrasarse y retorcerse como un gusano al sol. Pero en la intensidad del dolor había paz. Un sentimiento desconocido y enorme se desbordaba desde mi interior. Era una embriaguez dulzona. Enamorado, me levanté.
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